Yo sé cuándo a los pillos
de mi barrio les pica la verga, uno de esos momentos es al ver salir a las
colegialas a eso del mediodía de los colegios, subidos en sus motos comienzan a
rondarlas como si fueran machos en plena etapa de cortejo; pero también les
pica esa picha cuando ven a los peluqueros abriendo sus negocios entre las diez
de la mañana y las once, o cuando lo ven en las afueras de los locales y ellos
no tienen nada más que hacer salvo ver pasar la vida por las calles del barrio.
Lo sé.
Yo ya sabía que el pirobo
de Coqui venía arrastrándole el ala a ese peladito de la B, al tal Mateo, y ese
día los pillé hablando muy cerca, la gonorrea de Coqui jugueteaba con una de
sus manos sobre el manubrio, mientras el pelado se tocaba el cabello muchas veces
y le reía, esto pasó cuando subí por la nuevedos rumbo donde mi mamá.
Como estaba tan cabreado
no me demoré mucho donde mi mamá, y bajé directamente a la peluquería para
hablar con Coqui y saber cómo eran los güiros con ese pelado, pero al llegar,
la loca esa estaba ocupada con un cliente, entonces pa´ que supiera que
necesitaba hablar con él, se lo di a entender, pero se hizo un gesto como que
no le importaba, le volví a decir que caí más tarde para que habláramos y me
respondió que yo vería, que faltaba ver si antes no se me atravesaba otra cosa
en el camino u otra…
Entendí la pulla, andaba
muy ardido porque un día subí a una peladita de los lados de por la casa de mi
mamá y él la vio sentada adelante. Al hacerme el reclamo me dijo muy serio su
incomodidad, más bien parecía una burla.
-Adelante solo vamos o tu
esposa, o tu mamá o yo. No tenés porque montar a furcias en el puesto de las
tres.
Yo me cagué de la risa al
hacerme el reclamo eso, esa es la razón por la que anda puto y coqueteándole al
mateito ese.
Coquí es mero
empeliculado, cucho.
Al rato volví a bajar y
apenas me vio sentó a un man que estaba ahí esperando turno en la silla de
motilar, yo ya le iba a mandar el lance y trin, se hizo el ocupado.
-Nea, tenemos que hablar.
-le dije.
-Mirá, Nano, yo con vos
no tengo nada de que hablar. Fuera de eso estoy trabajando, y tengo mucho
voleo, si querés que te atienda sacá una cita para motilarte, tengo para el
domingo, vos verés.
Me lo dijo susurrado,
como solíamos hablarnos desde hacía 28 años cuando nos vimos por primera vez,
por esa época en la que yo apenas me estaba metiendo al mundo del hampa.
-¿Ahh, si? Pues te lo
digo, no me gusta ese visaje que tenés con ese peladito de Mateo.
-¿Cuál visaje? Visaje el
tuyo que ves cosas que no son, fuera de eso ¿quién sos vos para hacerme
reclamos así?
Quise decirle que era su
marido, pero recordé cierta vez que nos metimos mero tropel porque le conté
que me casaba con Cristina y él se me emputó por eso, y cada que le digo que yo
soy el hombre de la relación o su marido me dice que yo soy es marido de
Cristina y no de él.
-Ve, Coqui, no te pongás
a chimbiar por ahí que termino haciendo algo bien hijueputa para que me aprendás
a respetar.
-¿Hijueputa? Si eso lo
mantenés haciendo, Fernando, a cada momentico montás a esas lobas del Alzate,
de la Cristóbal, o de la José Eusebio, y ni hablar de las del LOVIS, a mí no me
vengás con maricadas, que vos de respetuoso no tenés nada.
-No me provoqués, Coqui,
que no respondo, te pongo a perder el negocio. No se te olvide quién soy, -lo
miré de arriba abajo con autoridad y con aires de desprecio, luego terminé mi
frase- marica.
-Yo sé quién sos vos, no
me tenés que amenazar, Fernando. No seás bobo.
Sus ojos se llenaron de
lágrimas, era muy mujercita.
El cliente ya se había
retirado desde hacía rato.
Decidí ignorar el último
comentario de Coqui. Por eso le solté mi sentencia final.
-Vuelvo a ver a ese
peladito rondando por acá y el día menos pensado le voy dando piso por ahí, ese
pelao desde hace rato me está oliendo a formol y la tierra de cementerio bien
cara que está.
Coqui agachó la cabeza,
caminó hasta una de las sillas, se sentó y con ambas manos tapó su rostro. Momento
así se me hacían únicos porque sentía que era el putas, la ley, es que yo hice
la ley del barrio, yo soy Dios; salí de allí, me subí a mi carro, esta gonorrea
de Coqui me hizo perder la salida de las niñas del colegio, ya todas se habían
ido, decidí irme mejor a almorzar.
Entré a mi casa y ahí
estaba Cristina enojada, con cara de 38 largo, demás que Coqui ya la había
llamado y la puso al tanto de lo que pasó.
-Oíste vos, Nano, quién
te creés que sos…
¡Ay, no le entró ni aire!
Saqué la mano y ¡Tin! Se la puse en la cara.
-Vos tampoco me vengás a
chimbiar que no estoy de humor, malparida.
Yo sé, yo sé cuándo los
pillos de mi barrio les pica el pipí, y también sé cuándo la picazón no se les
calma lo que debemos hacer.