No me dejés el sonido de la milonga que la piel se me deteriora con el
gemido desgarrador del cantor.
Ese tango suena una y otra vez en el tocadiscos, el dolor no tiene
tiempo para detenerse.
Vos bandoneón decime tus penas que yo te contaré de mis desengaños.
No soltés tus tristes melodías a oídos sordos que están absorbidos por
los mutismos del amor.
No caigás en el ruido innecesario que las músicas actuales pretenden
imponer.
Quédate conmigo triste tango, permití que el bandoneón alimente las
penurias de mi alma.
Mientras que el compás de las milongas va marcando el regalo de
la piel para soportar el peso
de esto llamado vida.
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